12 de junio de 2011

La loca de la casa

  ¿Cómo puede una apañárselas para vivir sin la lectura? Dejar de escribir puede ser la locura, el caos, el sufrimiento; pero dejar de leer es la muerte instantánea. Un mundo sin libros es un mundo sin atmósfera, como Marte. Un lugar imposible, inhabitable. De manera que mucho antes que la escritura está la lectura, y los novelistas no somos sino lectores desparramados y desbordados por nuestra ansiosa hambruna de palabras. Hace poco escuché hablar en público, en Gijón, a la escritora argentina Graciela Cabal, en una intervención divertidísima y memorable. Vino a decir (aunque ella se expresaba mejor que yo) que un lector tiene la vida mucho más larga que las demás personas, porque no se muere hasta que no acaba el libro que está leyendo. Su propio padre, explicaba Graciela, había tardado mucho en fallecer, porque venía el médico a visitarle y, meneando tristemente la cabeza, aseguraba:«De esta noche no pasa»; pero el padre respondía: «No, qué va, no se preocupe, no me puedo morir porque me tengo que terminar El otoño del patriarca». Y, en cuanto que el galeno se marchaba, el padre decía: «Traedme un libro más gordo».
  –Mientras tanto, no hacían más que morirse compañeros de papá que estaban sanísimos, por ejemplo un pobre señor que fue al médico a un chequeo general y ya no salió –añadía Graciela–. Y es que la muerte también es lectora, por eso aconsejo ir siempre con un libro en la mano, porque así cuando llega la muerte y ve el libro se asoma a ver qué lees, como hago yo en el colectivo, y se distrae.
Graciela tenía razón: uno no sólo escribe, sino que también lee contra la muerte.

Rosa Montero

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