14 de julio de 2011

La elegancia del erizo

  Abro el sobre y leo esta notita escrita en el reverso de una tarjeta de visita tan gélida que la tinta, triunfando sobre cualquier pedazo consternado de papel secante, se ha corido ligeramente debajo de cada letra.

Señora Michel,
¿podria usted, recibir y firmar en mi nombre 
la ropa que manden del tinte esta tarde?
Esta noche pasaré por la portería para recogerla.
Gracias de antemano,
Firma garabateada.

  No me esperaba tanta hipocresía en el ataque. De estupefacción me dejo caer sobre la silla más próxima. Me pregunto de hecho si no estaré un poco loca. ¿Les produce a ustedes el mismo efecto cuando les ocurre?
  Consideren lo siguiente:
  El gato duerme.
  ¿La lectura de esta frasecita anodina no ha despertado en ustedes ningún sentimiento de dolor, ningún arranque de sufrimiento? Es legítimo.
  Consideren ahora en cambio:
  El gato, duerme.
  Repito, para despejar toda sombra de ambigüedad:
  El gato coma duerme.
  El gato, duerme.
  Podría usted, recibir y firmar en mi nombre.
  Por un lado tenemos ese prodigioso empleo de la coma que, tomándose libertades con la lengua porque no suele ocurrir que se separe el complemento del objeto directo del verbo que lo rige, magnifica la forma de la oración:
  Me hicieron, por la guerra y por la paz, tantos reproches...
  Y, por otro, estos borrones sobre el papel de vitela de Sabine Pallières que clavan en la frase una coma convertida en un puñal. 
  ¿Podría usted, recibir y firmar en mi nombre la ropa que manden del tinte esta tarde?
  Si hubiese sido Sabine Pallières una honrada portuguesa nacida en Faro bajo una higuera, una portera recién revenida de un pueblito de Puteaux o una retrasada mental tolerada por su caritativa familia, habría podido yo perdonar de buena gana esta ligereza culpable. Pero Sabine Pallières es una rica. Sabine Pallières es la esposa de un pez gordo de la industria armamentísitica; Sabine Pallières es la madre de un cretino con trenca verde pino que, tras sus varias carreras en las mejores universidades del país, probablemente irá a difundir la mediocridad de sus ideas de chicha y nabo en un gabinete ministerial de derechas; y, otrosí, Sabine Pallières es la hija de un pendón con abrigo de visón que forma parte del comité de lectura de una importantísima editorial y que está tan enjaezada de joyas que, a veces, temo que pueda desplomarse por el peso.
  Por todos esos motivos, Sabine Pallières es imperdonable.

Muriel Barbery

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